Nombraron a Andrés médico titular de Alcolea del Campo, un pueblo entre Castilla y Andalucía. Se compró un billete de primera y se fue. En su vagón estaba un hombre americano y un chico alto. Entró el revisor y pidió los billetes. Él le advirtió al americano que su billete era de segunda y el hombre empezó a gritar y a insultar a los españoles y a España. El joven alto se le enfrentó y defendió su patria. El tren se paró y entró una compañía de cómicos. Llegó a la estación y esperó a que llegase el coche hacia Alcolea.
En la diligencia en la que fue al pueblo viajaba también una vieja de pocas palabras. Se bajó en la Fonda de la Palma donde pidió una habitación espaciosa. En el patio había un canario y tres hombres: un catalán, un riojano y un andaluz. Con los que luego se acercó al casino. Luego marchó a ver al Secretario y con él, al médico compañero, el Doctor Sánchez. Éste le dijo que no pensase en ganar mucho dinero porque a los ricos los trataba el doctor Don Tomas Solana. Mientras que el doctor Sánchez se marchó, el Secretario y Andrés subieron a un cerro desde donde se veía el pueblo con viñedos y alguna higuera. Bajaron al pueblo y Andrés cenó en la fonda y luego dio una vuelta por el pueblo.
El doctor Sánchez y Andrés se dividieron el pueblo en dos. Los primeros días resultaron muy tranquilos. Se cansó de la fonda y el agua en Alcolea era carísima. Decidió abandonar la fonda y el doctor Sánchez le buscó una casa en las afueras. Se quedó una habitación en el piso bajo. Era amplia y daba a una callejuela. Pidió una tinaja y un mozo que la llenara y de comer legumbres. Por pedir esto le tomaron por loco. El marido de la patrona se llamaba José, pero le llamaban Pepinito. Tenían una hija llamada Consuelo de unos 12 años.
A Sánchez le gustaban demasiado los toros. Una tarde se fue a Baeza y vino un hombre a avisar a Andrés de que la hija del molinero estaba muy enferma. Él la operó. Al día siguiente, Sánchez y él discutieron porque Andrés había aconsejado a la madre que llevase a la chica a Madrid. Mientras la gente se ponía del lado de Andrés, Sánchez hablaba mal de él para desacreditarle. Andrés, con su escepticismo iba ganando prestigio.
Alcolea vivió una etapa de esplendor cuando Francia firmó con España tratados del vino, pero luego, empezó el declive al no haber sensación de asociación. Sobre política, el pueblo estaba dividido en dos bandos: los ratones (liberales) y los Mochuelos (conservadores), como el alcalde. En Alcolea los ricos defraudaban a Hacienda y no se les tomaba por ladrones. El tiempo se hacía eterno. Pepinito era un petulante que trataba fatal a su mujer y a la niña. Era de Tomelloso y le gustaba contar historias de muertos. Andrés, junto con Dorotea, la niña y los dos criados, bajaron a la bodega y a la Cueva de los Enanos. Llegó la vendimia y Andrés vio a varios hombres sudando haciendo el vino: fue entonces cuando le dio la razón a Iturrioz en que lo artificial era lo bello.
En invierno Andrés comenzó a ir a La Fraternidad, el casino de Alcolea. Había dos personajes pintorescos, el pianista y el hidalgo, Don Blas Carreño. Don Blas invitó a Andrés a ir a su casa y le enseñó su librería ofreciéndosela para cuando quisiera. Le gustaba hablar con citas, utilizar expresiones de los libros y llamar a los pueblos por su nombre antiguo. Había un joven en el casino, abogado, hijo de usurero que le parecía imbécil.
Vio en la librería unas revistas pornográficas y llegó a la conclusión de que cuando había una vida sexual activa, la pornografía no se necesita y en sitios, como Alcolea, donde la vida sexual es pobre, la pornografía estaba en todo.
Andrés comenzó a tener mala reputación. Dejó de ir al casino y leía en su cuarto. Intentó dejar los libros de filosofía y probó los libros de historia y de astronomía. También probó a escribir. Comenzó a padecer dolores articulares y a caérsele el pelo, ya que él era neuro artrítico. La solución era encontrar una mujer, pero sólo conocía a la hija de Sánchez, y la del Secretario. Se puso a dieta y mejoró, porque sabía que tenía que encontrar a alguien.
Una noche de invierno alguien se cayó en la calle. Era la mujer del Tío Garrota y sufría una conmoción cerebral. Llegó el juez y dos guardias; interrogaron a todo el mundo y preguntaron si se podía interrogar a la vieja a Andrés. La vieja, tenía una lesión cerebral y por ello no podía responder a las preguntas. Al rato, murió y se pensó al principio que había sido el marido quien la había asesinado. Al hacer la autopsia, en la que intervinieron los 3 médicos no dijeron nada convergente, cada uno daba una versión. Andrés defendía que había sido un accidente.
Debido a esto, los pobres del pueblo no le querían. Así que decidió presentar la dimisión, despedirse de Don Blas Carreño y del juez, y hacer las maletas. La última noche, aprovechando que estaban solos Dorotea y Andrés, éste se declaró y pasaron la noche juntos. A la mañana siguiente, Andrés se marchó camino de Aranjuez.
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